Gabriel Katopodis & David Alvarez

lunes, 28 de diciembre de 2015
Misa criolla en plaza billinghurst con la parroquia sagrada familia festejando las fiestas patronales
Misa criolla en plaza billinghurst con la parroquia sagrada familia festejando las fiestas patronales
martes, 22 de diciembre de 2015
Reconocimientos a Gabriel Katopodis y a David Alvarez
El Intendente Municipal y el Secretario de Gestión y Relaciones Institucionales fueron reconocidos por la Asociación Mutual Transportistas Escolares y Servicios Especiales en agradecimiento a sus constantes colaboraciones. Además de ser nombrados Socios Honorarios.
Raúl Scalabrini Ortíz
Por Iciar Recalde
Tras la vuelta al poder de la oligarquía en el año 1955, en esos días aciagos para el país, en una esquina porteña y al encuentro con don Leopoldo Marechal, cuentan que Scalabrini Ortiz auguró dolorosamente a su amigo: “Hay que empezar a hacer todo de nuevo. Todo otra vez, viejo.”
Eran las palabras del mismo hombre que había vislumbrado la soledad de los argentinos que en los años ´30 esperaban el encuentro con una causa colectiva y con un conductor, que se produciría con el Peronismo. Las de quien seguiría batallando sin cuartel hasta sus últimos días junto a un Pueblo que ya no estaría solo ni a la espera, sino en la lucha constante y mancomunada del subsuelo de la patria sublevado.
Porque la figura de Raúl Scalabrini Ortiz forma parte de una generación de argentinos que tomaron distancia del rol impuesto por las metrópolis para los intelectuales en países semicoloniales como el nuestro, que es el de repetir e importar acríticamente teorías extranjeras promotoras de nuestra dependencia material. Educado en una cosmovisión oligárquica y colonizada de la Argentina, se comprometió con su tiempo histórico y conformó una mirada interesada en el conocimiento del país real y en su emancipación trastocando la herencia liberal de problematizar textos extranjeros por la de textualizar los problemas del país. Son conocidos porque se han citado mucho estos pasajes donde rememora su opción por la causa nacional y sus consecuencias (el silenciamiento de la prensa y las editoriales de renombre, el confinamiento del campo de la cultura, el desempleo…): “En 1930 yo había alcanzado el más alto título que un escritor puede lograr con su pluma: el de redactor de La Nación, cargó que renuncié para descender voluntariamente a la plebeya arena en que nos debatimos los defensores de los intereses generales del pueblo.” Menos habitual es la invocación donde el hombre, con el alma en la mano, escribe: “Esa vida presuponía despojar a la vida de todo lo que burguesamente constituye la vida… una vida con un solo objetivo en lo que todo lo demás está muerto, es casi una muerte. Pensaba yo, por lo tanto, para vivir esa vida es indispensable matar todo lo que es ajeno a esa misma vida, en una palabra, suicidarse, eliminar todo lo que constituye para los hombres normales una manifestación de vida: la lucha de posiciones, la conquista del éxito y su mantenimiento, la pequeña vanidad, la pequeña codicia, el pequeño engreimiento… matar todo eso… es como suicidarse. Una noche, en el pequeño escritorio que yo tenía en la casa de mi madre, donde había escrito El hombres que está solo y espera, tomé la decisión y me suicidé. (…) Ese es el secreto de mi constancia. Por eso no hay derrota que pueda desalentarme.”

Pienso que cuando escribamos sin reservas la historia de los intelectuales en el devenir de los últimos años, sabemos que surgirán una detrás de otra (porque las observamos operar ayer y hoy) concesiones, ocultamientos, humillaciones y traiciones de los hombres de letras a nuestro Pueblo. Los veremos de espaldas a la necesaria tarea de formación de la conciencia nacional, desinteresados por reconocerse a sí mismos, por contribuir a que los argentinos comprendamos quiénes somos y cuáles son los dolores, los dramas que nos aquejan, esperando que nos señalen que la pelea es sin cuartel y que es necesario matar de una vez y para siempre el accionar del imperialismo que no está afuera del país sino bien metido dentro nuestro, en cada intersticio de la vida nacional. Dueño de la economía y palpitando en nuestro raquitismo cultural. Frente a este panorama me pregunto, ¿con cuántos “suicidas” como Scalabrini contaremos? ¿Cuántos de nuestros hombres y mujeres escribirán en función de las Organizaciones Libres del Pueblo eso de que: “Luchar es en cierta manera sinónimo de vivir. Se lucha con la gleba para extraer un puñado de trigo. Se lucha con el mar para transportar de un extremo a otro del planeta mercaderías y ansiedades. Se lucha con la pluma. Se lucha con la espada y el fusil. El que no lucha se estanca, como el agua. El que se estanca, se pudre.”?
Scalabrini demostró que se puede servir a la patria luchando contra el poder y la entrega. A vistas de la discusión política actual, vengo preguntándome si vamos a agosto, cabizbajos, a “salvaguardar un piso.” Soy una convencida de que deberíamos caminar hacia octubre con programa, épica y utopía a conquistar “nuevos techos.” ¿Vamos a aceptar más y más y más estrategias de marketinismo político oportunista? No deberíamos aceptar de ninguna manera ser sustento político de candidatos que, sabemos, no van a hacer más que administrar la dependencia. Scalabrini nos diría que necesitamos más estrategia con pueblo. Nombrar al enemigo histórico y actual de la Nación. Propuestas políticas que expresen las demandas insatisfechas de nuestros compatriotas, que planteen cómo vamos a superar el colonialismo y la extranjerización de nuestra economía. Que se propongan ahondar la vocación de peronista de nuestros cuadros de gobierno para la próxima década. Él es quien señaló que la unidad del movimiento nacional siempre expresó épicas colectivas, sentidos trascendentes de solidaridad, compromiso y entrega a la causa argentina. Que redimir al peronismo únicamente era posible atacando los intereses de la oligarquía y del imperialismo desde nuestra historia combatiente, desde las banderas históricas que sostuvo y el marco doctrinario que nos legó.
"El pueblo escucha, mira, coteja y continúa en silencio su tráfico habitual. El pueblo tiene esos desplantes de gran señor, porque la conciencia del pueblo sabe adónde va aunque lo ignore cada uno de los individuos que lo componen”, escribió. ¿Estamos convencidos de mantener estas convicciones? ¿U optamos por la alternativa jodida para el país? La otra está y es la histórica, le necesaria, la que señala nuestra épica y la que marca la memoria de nuestros muertos: enfrentar a la oligarquía. Necesitamos confiar en la inquebrantable fe peronista en nuestro pueblo. La unidad es de las fuerzas populares contra el enemigo oligárquico imperialista. Porque la batalla cultural, tal como Scalabrini legó, deberemos darla más temprano que tarde donde está el interés económico: si pegamos ahí, el resto se ordena, como los melones en el carro. Con más control de la economía en manos del Estado continuaremos transformando la vida de los humildes, daremos vuelta la estructura semicolonial de la Patria. Si los cambios no llegan al subsuelo de la Patria no habrá conciencia, y si no se logra construir conciencia lo que nos espera es la derrota. El riesgo, latente, es enorme, claro, ¿o alguien puede imaginar que nos la van a hacer fácil? El tamaño del enemigo es enorme y siempre, siempre está listo para atacar: no requiere de batallas culturales que librar, las gana día a día por la tibieza y el pragmatismo vomitivo nuestro. Ya lo asentó Scalabrini como una ley de hierro de la política: no hay revolución nacional que triunfe si se limita a orillar al gran capital. Si no nos animamos a quitar lo que hay que quitarles porque es nuestro.
Los grandes cambios en América latina han sido el resultado del encuentro entre un movimiento social en alza con un conductor. Estamos a medio camino del modelo de país independiente que forjó el General Perón en la década del 40: resta tanto por hacer. Como leí por ahí: no se está eligiendo al mejor compañero del curso, se está inclinando una balanza desigual en favor del proyecto nacional y popular. Al kirchnerismo le falta peronismo. El General Perón hizo una revolución nacional en 10 años de gobierno. La contra revolución que vino después la conocemos y las que siguieron también: aún duelen. Entonces, ¿qué nos pasa a los peronistas que andamos tan desorientados, vacilantes, tibios? ¿Nos vamos a arriesgar a tener que empezar todo de nuevo? El enemigo no vacila nunca: es feroz, brutal y sanguinario. Estamos jugándonos el destino de la Patria no un partidito amistoso con el enemigo. No hay amistad posible con la oligarquía y imperialismo. Tenemos la obligación y el deber de empezar a movernos más y mejor para que algo se mueva en el subsuelo de la Patria. Y no nos hagamos los tontos faltándole el respeto a nuestro pueblo con eso de que los resultados electorales definen el rumbo ideológico a posteriori. Peronismo quiere decir no claudicar hoy: “Hay quienes dicen que es patriótico disimular esa lacra fundamental de la patria, que denunciar esa conformidad monstruosa es difundir desaliento y corroer la ligazón espiritual de los argentinos, que para subsistir requiere el sostén del optimismo. Rechazamos ese optimismo como una complicidad más, tramada en contra del país. El disimulo de los males que nos asuelan es una puerta de escape que se abre a una vía que termina en la prevaricación, porque ese optimismo falaz oculta un descreimiento que es criminal en los hombres dirigentes: el descreimiento en las reservas intelectuales, morales y espirituales del pueblo argentino.” Que así sea.
Tras la vuelta al poder de la oligarquía en el año 1955, en esos días aciagos para el país, en una esquina porteña y al encuentro con don Leopoldo Marechal, cuentan que Scalabrini Ortiz auguró dolorosamente a su amigo: “Hay que empezar a hacer todo de nuevo. Todo otra vez, viejo.”
Eran las palabras del mismo hombre que había vislumbrado la soledad de los argentinos que en los años ´30 esperaban el encuentro con una causa colectiva y con un conductor, que se produciría con el Peronismo. Las de quien seguiría batallando sin cuartel hasta sus últimos días junto a un Pueblo que ya no estaría solo ni a la espera, sino en la lucha constante y mancomunada del subsuelo de la patria sublevado.
Porque la figura de Raúl Scalabrini Ortiz forma parte de una generación de argentinos que tomaron distancia del rol impuesto por las metrópolis para los intelectuales en países semicoloniales como el nuestro, que es el de repetir e importar acríticamente teorías extranjeras promotoras de nuestra dependencia material. Educado en una cosmovisión oligárquica y colonizada de la Argentina, se comprometió con su tiempo histórico y conformó una mirada interesada en el conocimiento del país real y en su emancipación trastocando la herencia liberal de problematizar textos extranjeros por la de textualizar los problemas del país. Son conocidos porque se han citado mucho estos pasajes donde rememora su opción por la causa nacional y sus consecuencias (el silenciamiento de la prensa y las editoriales de renombre, el confinamiento del campo de la cultura, el desempleo…): “En 1930 yo había alcanzado el más alto título que un escritor puede lograr con su pluma: el de redactor de La Nación, cargó que renuncié para descender voluntariamente a la plebeya arena en que nos debatimos los defensores de los intereses generales del pueblo.” Menos habitual es la invocación donde el hombre, con el alma en la mano, escribe: “Esa vida presuponía despojar a la vida de todo lo que burguesamente constituye la vida… una vida con un solo objetivo en lo que todo lo demás está muerto, es casi una muerte. Pensaba yo, por lo tanto, para vivir esa vida es indispensable matar todo lo que es ajeno a esa misma vida, en una palabra, suicidarse, eliminar todo lo que constituye para los hombres normales una manifestación de vida: la lucha de posiciones, la conquista del éxito y su mantenimiento, la pequeña vanidad, la pequeña codicia, el pequeño engreimiento… matar todo eso… es como suicidarse. Una noche, en el pequeño escritorio que yo tenía en la casa de mi madre, donde había escrito El hombres que está solo y espera, tomé la decisión y me suicidé. (…) Ese es el secreto de mi constancia. Por eso no hay derrota que pueda desalentarme.”

Pienso que cuando escribamos sin reservas la historia de los intelectuales en el devenir de los últimos años, sabemos que surgirán una detrás de otra (porque las observamos operar ayer y hoy) concesiones, ocultamientos, humillaciones y traiciones de los hombres de letras a nuestro Pueblo. Los veremos de espaldas a la necesaria tarea de formación de la conciencia nacional, desinteresados por reconocerse a sí mismos, por contribuir a que los argentinos comprendamos quiénes somos y cuáles son los dolores, los dramas que nos aquejan, esperando que nos señalen que la pelea es sin cuartel y que es necesario matar de una vez y para siempre el accionar del imperialismo que no está afuera del país sino bien metido dentro nuestro, en cada intersticio de la vida nacional. Dueño de la economía y palpitando en nuestro raquitismo cultural. Frente a este panorama me pregunto, ¿con cuántos “suicidas” como Scalabrini contaremos? ¿Cuántos de nuestros hombres y mujeres escribirán en función de las Organizaciones Libres del Pueblo eso de que: “Luchar es en cierta manera sinónimo de vivir. Se lucha con la gleba para extraer un puñado de trigo. Se lucha con el mar para transportar de un extremo a otro del planeta mercaderías y ansiedades. Se lucha con la pluma. Se lucha con la espada y el fusil. El que no lucha se estanca, como el agua. El que se estanca, se pudre.”?

Scalabrini demostró que se puede servir a la patria luchando contra el poder y la entrega. A vistas de la discusión política actual, vengo preguntándome si vamos a agosto, cabizbajos, a “salvaguardar un piso.” Soy una convencida de que deberíamos caminar hacia octubre con programa, épica y utopía a conquistar “nuevos techos.” ¿Vamos a aceptar más y más y más estrategias de marketinismo político oportunista? No deberíamos aceptar de ninguna manera ser sustento político de candidatos que, sabemos, no van a hacer más que administrar la dependencia. Scalabrini nos diría que necesitamos más estrategia con pueblo. Nombrar al enemigo histórico y actual de la Nación. Propuestas políticas que expresen las demandas insatisfechas de nuestros compatriotas, que planteen cómo vamos a superar el colonialismo y la extranjerización de nuestra economía. Que se propongan ahondar la vocación de peronista de nuestros cuadros de gobierno para la próxima década. Él es quien señaló que la unidad del movimiento nacional siempre expresó épicas colectivas, sentidos trascendentes de solidaridad, compromiso y entrega a la causa argentina. Que redimir al peronismo únicamente era posible atacando los intereses de la oligarquía y del imperialismo desde nuestra historia combatiente, desde las banderas históricas que sostuvo y el marco doctrinario que nos legó.
"El pueblo escucha, mira, coteja y continúa en silencio su tráfico habitual. El pueblo tiene esos desplantes de gran señor, porque la conciencia del pueblo sabe adónde va aunque lo ignore cada uno de los individuos que lo componen”, escribió. ¿Estamos convencidos de mantener estas convicciones? ¿U optamos por la alternativa jodida para el país? La otra está y es la histórica, le necesaria, la que señala nuestra épica y la que marca la memoria de nuestros muertos: enfrentar a la oligarquía. Necesitamos confiar en la inquebrantable fe peronista en nuestro pueblo. La unidad es de las fuerzas populares contra el enemigo oligárquico imperialista. Porque la batalla cultural, tal como Scalabrini legó, deberemos darla más temprano que tarde donde está el interés económico: si pegamos ahí, el resto se ordena, como los melones en el carro. Con más control de la economía en manos del Estado continuaremos transformando la vida de los humildes, daremos vuelta la estructura semicolonial de la Patria. Si los cambios no llegan al subsuelo de la Patria no habrá conciencia, y si no se logra construir conciencia lo que nos espera es la derrota. El riesgo, latente, es enorme, claro, ¿o alguien puede imaginar que nos la van a hacer fácil? El tamaño del enemigo es enorme y siempre, siempre está listo para atacar: no requiere de batallas culturales que librar, las gana día a día por la tibieza y el pragmatismo vomitivo nuestro. Ya lo asentó Scalabrini como una ley de hierro de la política: no hay revolución nacional que triunfe si se limita a orillar al gran capital. Si no nos animamos a quitar lo que hay que quitarles porque es nuestro.
Los grandes cambios en América latina han sido el resultado del encuentro entre un movimiento social en alza con un conductor. Estamos a medio camino del modelo de país independiente que forjó el General Perón en la década del 40: resta tanto por hacer. Como leí por ahí: no se está eligiendo al mejor compañero del curso, se está inclinando una balanza desigual en favor del proyecto nacional y popular. Al kirchnerismo le falta peronismo. El General Perón hizo una revolución nacional en 10 años de gobierno. La contra revolución que vino después la conocemos y las que siguieron también: aún duelen. Entonces, ¿qué nos pasa a los peronistas que andamos tan desorientados, vacilantes, tibios? ¿Nos vamos a arriesgar a tener que empezar todo de nuevo? El enemigo no vacila nunca: es feroz, brutal y sanguinario. Estamos jugándonos el destino de la Patria no un partidito amistoso con el enemigo. No hay amistad posible con la oligarquía y imperialismo. Tenemos la obligación y el deber de empezar a movernos más y mejor para que algo se mueva en el subsuelo de la Patria. Y no nos hagamos los tontos faltándole el respeto a nuestro pueblo con eso de que los resultados electorales definen el rumbo ideológico a posteriori. Peronismo quiere decir no claudicar hoy: “Hay quienes dicen que es patriótico disimular esa lacra fundamental de la patria, que denunciar esa conformidad monstruosa es difundir desaliento y corroer la ligazón espiritual de los argentinos, que para subsistir requiere el sostén del optimismo. Rechazamos ese optimismo como una complicidad más, tramada en contra del país. El disimulo de los males que nos asuelan es una puerta de escape que se abre a una vía que termina en la prevaricación, porque ese optimismo falaz oculta un descreimiento que es criminal en los hombres dirigentes: el descreimiento en las reservas intelectuales, morales y espirituales del pueblo argentino.” Que así sea.
El padre Carlos Mugica
Por Iciar Recalde
Recordar a Mugica en la actualidad supone en principio, un ejercicio crítico de corrosión de la tradición liberal de izquierda anticlericalista fuertemente asentada en los modos de interpelar el rol de la Iglesia en la Argentina.
Fue Juan José Hernández Arregui uno de sus más lúcidos analistas, cuando estipuló que el catolicismo en nuestro país, por la estructuración de las clases sociales y por tradición histórica, era liberal y había operado casi sin solución de continuidad como instrumento de la oligarquía y el imperialismo hasta la llegada de Juan Domingo Perón al poder.

Apoyándolo, pero no al contenido popular del movimiento -a medida que Perón se nucleaba en los trabajadores, la Iglesia se alejaba del movimiento- iría prefigurando su posición como institución política a favor del golpe de Estado del año 1955 tras la figura de Lonardi, hombre fuerte de la Iglesia, en alianza con la oligarquía fogueada por el extranjero, la gran prensa, la Universidad y los manuales de historia mitromarxista, los comunistas y socialistas argentinos y la Sociedad Rural Argentina. La contrarrevolución acontecida en 1955 puso en jaque a la institución –como al país en conjunto-, haciéndola entrar en un proceso de conmoción interna donde varios de sus factores, sobre todo los nacionalistas, comenzaron a revisar el error histórico cometido frente al país.
Es en este período cuando la Iglesia comienza a expresar tendencias radicalmente antagónicas: la del cristianismo liberal a favor de la clase dominante y, aunque minoritaria, la del social cristianismo que decantará, entrada la década de 1960, en el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, que comenzará a vislumbrar que su rol se juega en el proyecto de liberación nacional vehiculizado por las masas peronistas.

En este contexto, y como producto del proceso de ascenso de la conciencia nacional de los argentinos, nace a la vida política el padre Mugica. La caída del gobierno popular y la proscripción de las masas de la escena política nacional fracturará la cosmovisión liberal de Mugica -atada por su formación y su condición de clase acomodada a los cánones de una Iglesia de espaldas al país-, obligado por las circunstancias históricas y por el deber de posicionarse como argentino junto al pueblo peronista perseguido por haberse atrevido bajo la conducción de Perón, a romper los lazos de la dependencia. Su labor de crítica descolonizadora en las villas miseria y de reactualización en clave tercerista del texto bíblico, partió de la asunción de que el peronismo representaba un momento particular de la conciencia histórica antiimperialista de los argentinos y de que el nacionalismo en las semicolonias latinoamericanas era el eslabón primero de cualquier intento serio de revertir esta situación. Lo había vislumbrado en términos teóricos Hernández Arregui cuando afirmaba que el nacionalismo debía ser concebido en los países dependientes con un contenido distinto al europeo. Éste nacionalismo “ofensivo” había surgido durante el siglo XIX estrechamente vinculado con el desarrollo y la expansión del sistema capitalista a nivel mundial, proceso que condenaba al continente latinoamericano a la miseria y al saqueo indiscriminado de sus recursos naturales.

Como resultado de la división internacional del trabajo, la Argentina en tanto exclusiva productora de materias primas sería subsidiaria de sus amos externos: el imperialismo británico en principio, el imperialismo norteamericano y sus socios locales después. El nacionalismo adquiría aquí otro matiz, de carácter intrínsecamente defensivo que se plasmó por primera vez en un proyecto concreto durante las gestiones de gobierno peronista que llevaron adelante la industrialización del país. Sin industria, la Argentina no tendría independencia económica, base de la soberanía nacional y de la justicia social y sin soberanía nacional, no existiría autonomía cultural.
En ese orden y sin vacilaciones. Mugica lo vislumbró con claridad cuando señaló que el dilema para Argentina y América Latina era radical: o hacía su revolución nacional o el imperialismo remacharía los anillos opresores a fin de retardar la liberación mundial de los pueblos oprimidos. Y Dios, agregaba, no vive en el Vaticano sino en el corazón y en la lucha de los humildes, de los condenados de la tierra. Legado que continúa señalando un camino: cuando las banderas nacionales vuelven a surgir por entre los escombros de la patria devastada y Argentina se adueña de su economía y de su política nacional, la palabra y la acción de Mugica están más vivas que siempre: "Yo sé, por el Evangelio, por la actitud de Cristo, que tengo que mirar la historia desde los pobres, y en Argentina la mayoría de los pobres son peronistas."
Recordar a Mugica en la actualidad supone en principio, un ejercicio crítico de corrosión de la tradición liberal de izquierda anticlericalista fuertemente asentada en los modos de interpelar el rol de la Iglesia en la Argentina.
Padre Carlos que estás en los cielos,
y en las barriadas humildes,
tu mensaje son mis piernas
y tu sueño mi sangre.
("Carlos Mugica", Tercera Posición: Rock nacional y popular)
Un once de mayo de 1974, es ametrallado a quemarropa por los esbirros
de la Argentina semicolonial tras su salida de la parroquia San
Francisco Solano en Mataderos, el Padre Carlos Francisco Sergio Mugica
Echagüe, el padrecito Mugica, abanderado de los humildes. La figura de
Mugica, como las de Miguel Ramondetti, Jorge Goñi, Héctor Botán, Enrique
Angelelli, entre otros, fue expresión de la profunda convulsión
acontecida en instituciones de extensa tradición en nuestro país, como
es el caso de la Iglesia católica. En este sentido, recordar a Mugica en
la actualidad supone en principio, un ejercicio crítico de corrosión de
la tradición liberal de izquierda anticlericalista fuertemente asentada
en los modos de interpelar el rol de la Iglesia en la Argentina. De
impronta conservadora y atada a los dictados colonialistas del Vaticano,
la Iglesia sin embargo, corrió las venturas (y las desventuras) del
movimiento nacional en su conjunto.y en las barriadas humildes,
tu mensaje son mis piernas
y tu sueño mi sangre.
("Carlos Mugica", Tercera Posición: Rock nacional y popular)
Fue Juan José Hernández Arregui uno de sus más lúcidos analistas, cuando estipuló que el catolicismo en nuestro país, por la estructuración de las clases sociales y por tradición histórica, era liberal y había operado casi sin solución de continuidad como instrumento de la oligarquía y el imperialismo hasta la llegada de Juan Domingo Perón al poder.

Apoyándolo, pero no al contenido popular del movimiento -a medida que Perón se nucleaba en los trabajadores, la Iglesia se alejaba del movimiento- iría prefigurando su posición como institución política a favor del golpe de Estado del año 1955 tras la figura de Lonardi, hombre fuerte de la Iglesia, en alianza con la oligarquía fogueada por el extranjero, la gran prensa, la Universidad y los manuales de historia mitromarxista, los comunistas y socialistas argentinos y la Sociedad Rural Argentina. La contrarrevolución acontecida en 1955 puso en jaque a la institución –como al país en conjunto-, haciéndola entrar en un proceso de conmoción interna donde varios de sus factores, sobre todo los nacionalistas, comenzaron a revisar el error histórico cometido frente al país.
Es en este período cuando la Iglesia comienza a expresar tendencias radicalmente antagónicas: la del cristianismo liberal a favor de la clase dominante y, aunque minoritaria, la del social cristianismo que decantará, entrada la década de 1960, en el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, que comenzará a vislumbrar que su rol se juega en el proyecto de liberación nacional vehiculizado por las masas peronistas.

En este contexto, y como producto del proceso de ascenso de la conciencia nacional de los argentinos, nace a la vida política el padre Mugica. La caída del gobierno popular y la proscripción de las masas de la escena política nacional fracturará la cosmovisión liberal de Mugica -atada por su formación y su condición de clase acomodada a los cánones de una Iglesia de espaldas al país-, obligado por las circunstancias históricas y por el deber de posicionarse como argentino junto al pueblo peronista perseguido por haberse atrevido bajo la conducción de Perón, a romper los lazos de la dependencia. Su labor de crítica descolonizadora en las villas miseria y de reactualización en clave tercerista del texto bíblico, partió de la asunción de que el peronismo representaba un momento particular de la conciencia histórica antiimperialista de los argentinos y de que el nacionalismo en las semicolonias latinoamericanas era el eslabón primero de cualquier intento serio de revertir esta situación. Lo había vislumbrado en términos teóricos Hernández Arregui cuando afirmaba que el nacionalismo debía ser concebido en los países dependientes con un contenido distinto al europeo. Éste nacionalismo “ofensivo” había surgido durante el siglo XIX estrechamente vinculado con el desarrollo y la expansión del sistema capitalista a nivel mundial, proceso que condenaba al continente latinoamericano a la miseria y al saqueo indiscriminado de sus recursos naturales.
Como resultado de la división internacional del trabajo, la Argentina en tanto exclusiva productora de materias primas sería subsidiaria de sus amos externos: el imperialismo británico en principio, el imperialismo norteamericano y sus socios locales después. El nacionalismo adquiría aquí otro matiz, de carácter intrínsecamente defensivo que se plasmó por primera vez en un proyecto concreto durante las gestiones de gobierno peronista que llevaron adelante la industrialización del país. Sin industria, la Argentina no tendría independencia económica, base de la soberanía nacional y de la justicia social y sin soberanía nacional, no existiría autonomía cultural.
En ese orden y sin vacilaciones. Mugica lo vislumbró con claridad cuando señaló que el dilema para Argentina y América Latina era radical: o hacía su revolución nacional o el imperialismo remacharía los anillos opresores a fin de retardar la liberación mundial de los pueblos oprimidos. Y Dios, agregaba, no vive en el Vaticano sino en el corazón y en la lucha de los humildes, de los condenados de la tierra. Legado que continúa señalando un camino: cuando las banderas nacionales vuelven a surgir por entre los escombros de la patria devastada y Argentina se adueña de su economía y de su política nacional, la palabra y la acción de Mugica están más vivas que siempre: "Yo sé, por el Evangelio, por la actitud de Cristo, que tengo que mirar la historia desde los pobres, y en Argentina la mayoría de los pobres son peronistas."
domingo, 20 de diciembre de 2015
Almuerzo de fin de año en el Museo Juan Manuel de Rosas
El Secretario de Gestión y Relaciones Institucionales David Alvarez concurrió al mismo. Se le realizo un homenaje a ese Gran patriota que es el General Leal, el primer Argentino en llegar al Polo Sur.
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